miércoles, 6 de julio de 2011

Día 3

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Hoy rendía un final en la facultad, así que me levanté temprano y salí para allá. A pesar de rendir a las 12 del mediodía, llegué ahí a las 10. Es más fácil evitar tentaciones allá; a pesar de que hay varios lugares donde comer o comprar comida, la plata que gastaría me sirve de incentivo para resistir. No gano mucho en mi actual trabajo y todo ahorro que pueda hacer es bienvenido. Me contenté con un café con leche, con sólo un sobrecito de azúcar. Antes le ponía dos, o hasta tres; ahora no salgo de los 6 gramos. Dentro de poco seguro lo deje por completo.

El exámen me tomó más tiempo del que pensaba, así que salí volando para el trabajo; no tuve tiempo de tomar la sopa de zapallo Quick light que tenía planeada. Al salir del trabajo tenía que ir a buscar unos productos en un local que estaba a 20 cuadras de la oficina, así que aproveché la oportunidad y fui caminando lo más rápido que pude. Después, el colectivo más cercano estaba a diez cuadras, así que nuevamente fui caminando rápido. Al menos hice algo de ejercicio, hasta que empiece con la natación.

A la noche todo se fue de mambo. Vino mi novio, y mi mamá tenía preparado para nosotros una pila de filets de merluza listos para freír, con el correspondiente puré a un lado. Aprovechando que mi novio también está intentando perder peso, agarré un filet y lo corté por la mitad. Hice dos bochitas pequeñas de puré y después de freír los filets los sequé todo lo que pude para quitarles el aceite sobrante.
Comí despacio y sintiendo una culpa espantosa. Casi consideré apelar a la llamada "mia", sólo por esa noche, pero no quiero caer en eso.

Calorías: 580
Vasos de agua: 4

Día 2

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Desayuné un mate cocido con poca leche y dos cucharaditas de té de azúcar. Estoy tratando de acostumbrarme al edulcorante, pero es un asco. No iba a comer nada, pero mi vieja (lamentablemente aún vivo con ellos) me tostó una rebanadita de pan. Lo tuve que comer. Mientras yo comía, ella me tostó un segundo pan, una especie de pebete. Me quería matar. Se sentó al lado mío y esperó a que me lo comiera, así que empecé a picar de a pedacitos minúsculos hasta que por suerte tuvo que ir al baño y aproveché para esconder el pan tostado en una ziploc que quedó abandonada en el cajón de las galletitas  (sí, en mi casa tenemos cajón de las galletitas. Somos todos de comer mucho y así estamos).

Al mediodía cociné yo para mi hermano. Ravioles del día anterior, no había otra cosa. Nuevamente me quise matar, pero la solucioné rápido; le serví un plato gigante a él y yo conté 7 ravioles en un platito. Él hizo un comentario de que me iba a cagar de hambre y siguió con lo suyo.

A la tarde se fueron todos, quedé sola. No merendé. El hambre me jode un poco, pero una de las frases de ese polémico blog me cambió la perspectiva de las cosas: “Aprendé a disfrutar de la sensación de hambre, significa que estás adelgazando”. Dudo que sea literalmente así, pero pensarlo de esa manera hasta ahora evitó que me arrojara en uno de esos atracones de ansiedad que nunca pude reprimir.

Ahora me voy a hervir un huevo. Debería tirar la yema, pero me da pena. En este preciso momento lamento tener gatos en vez de un perro, el perro hubiera servido como escondite natural para todas las sobras. Podría haberme traído platos normales a la pieza para darle la mayoría al pichicho. En fin. Después al toque a la cama. Es la manera más fácil de no sentir el hambre.

Calorías: 495
Vasos de agua: 7 

Comentario:
Me siento un poco mareada, aunque no creo que sea por el hambre. Seguramente es más lo que yo me hago la cabeza al estar conciente de que estoy comiendo poco. Hace 3 hs que estoy masticando un chicle.  Lavarme los dientes cuando tengo hambre ayuda a calmar la ansiedad. Mañana trabajo y tengo facu, así que va a ser más fácil comer poco. Veremos.

Día 1

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No desayuné.

El almuerzo fue una odisea; como es domingo, no sólo está toda la familia para comer sino que se decidió hacer una raviolada. ¡Linda forma de empezar la dieta! La idea es que mi familia no se entere de lo que quiero hacer, porque asumirían que soy anoréxica (con rollos y todo) y vigilarían cada bocado que tomo. Me senté a la mesa y pedí un plato chico. Por lo general somos todos de muy buen comer, así que mi vieja no me dio mucha bola; después de insistirle bastante logré que me sirviera un plato pequeño. Hice el esfuerzo de tomar agua y apliqué uno de los tips que encontré en los blogs: masticar despacio.

Pensé que la mejor manera de no llamar la atención sería masticando muy despacio, de modo tal que cada vez que alguien me viera, yo estuviera comiendo. Sin embargo, a pesar de que no dejé de masticar ni un segundo en lo que duró el almuerzo, comí un tercio de lo que comieron los demás. En lo que tardé en comer mi platito, mi hermano se clavó tres platazos al tope de ravioles de verdura y pollo. Lo que más me costó fue no tocar el pan, me encanta el pan, pero es mortal. En lo posible, tengo que olvidarme de las harinas.

Con todo el esfuerzo, logré tomar 2 vasos de agua durante el almuerzo. Odio el agua. Antes tomaba sólo gaseosa, pero me hinchaba tanto que me acostumbré a la fuerza a tomar Levité Naranja. Ahora las 66 kl por vaso del "agua saborizada" ya no me sirven, asi que me estoy obligando a tomar agua.


Como terminamos de comer tarde, no merendé. Cené un huevo duro, y lamentablemente no pude aguantar la tentación de comerme también la yema. Es el primer día, mañana será mejor.


Calorías: 455
Vasos de agua: 2

OBJETIVOS de una gordita desesperada

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  • Quiero verme mejor. Bien. Hermosa. Para eso, debo llegar al peso de 52 kg.
  • Quiero ganar confianza y levantar mi autoestima.
  • Quiero sentirme sensual, sexy. No agotarme tan rápido en la cama...
  • Quiero entrar en cualquier negocio y comprarme la ropa que me gusta sin sufrir



ANÉCDOTA 2

Cuando era más chica, alrededor de 12 o 13 años, los cumpleaños todavía se celebraban de manera multitudinaria; el cumpleañero/a alquilaba un saloncito e invitaba a todo el curso. Todos iban, los que te caían bien, los que te caían mal, los compañeritos con los que jamás habías cruzado palabra. Por lo general trataba de no ir a esas fiestas, pero cuando cumplía alguna amiga cercana era imposible faltar.
Como estábamos en la etapa de transición de niños a adolescentes, las fiestitas animadas con actividades le dejaron lugar a la música, y las 3 o 4 hs de esas torturas medievales se pasaban bailando. Y no entre amigas: por algún pedorro motivo hormonal, se bailaba en parejitas.

Durante una fiesta, harta de estar parada sola, quise animarme a bailar. En un acto de arrojo invité a bailar a un compañero de clase con el  que tenía buena relación. Todo iba bien, bailábamos un tema de los Auténticos Decadentes, hasta que por algún motivo el chico sin comentario alguno me "pasa" a otro compañero. Literalmente. Le tocó el hombro, puso mis manos en las manos de él y se fue a bailar con una amiga mía (una rubiecita preciosa). Yo estaba terriblemente incómoda, pero traté de pilotearla y sonriendo traté de bailar con ese tipo con el que no tenía relación, y que algunas veces había visto reírse de mí. 

Ahí empezó lo desagradable. El pendejito empleó la misma maniobra y me pasó a otro compañero, y ése compañero me pasó a su vez a otro compañero, y a otro, y a otro; todos me iban pasando de mano en mano como si fuera la peste, cagándose de risa de mí. Trataba de soltarme, pero el siguiente me agarraba y me obligaba a moverme hasta pasarme al otro, y asi "bailé" con todos los chicos que siempre me molestaban.

Cuando llegué al último, ni se molestó en fingir que bailaba. El juego ya aburría, así que directamente me soltó en un rincón  y volvió a la fiesta. Yo me quedé ahí, riéndome. Riéndome y riéndome como si la estuviera pasando genial, tratando de emparchar la dignidad que me quedaba.

En lo que quedaba de primaria, nunca más fui a una fiestita de cumpleaños.

Intro: Y un día "la gordita copada" no aguantó más...

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Toda la vida fui gordita, y por ende me pasé la infancia y adolescencia escuchando cantidades de variopintos epítetos. Me acuerdo de una anécdota en particular, de ésas que se te graban en la cabeza y no se te van ni con hipnosis…

Anécdota  #1
Quinto año de la secundaria. La autoestima baja me había convertido en la mina más tímida del curso. No levantaba los ojos ni para mirar al pizarrón y le tenía terror a mis compañeros de curso, particularmente los varones. Uno o dos de ellos me tenían una antipatía especial, y como siempre sucede en la escuela, la profesora tuvo la puntería justa para sentarme a mí en un grupo de bancos pegado al grupo de éstos chicos. Durante una clase de Historia que era una joda absoluta (la profesora daba 40 páginas para leer y se ponía a hojear la Para Ti como si el resto del mundo no existiera), mis compañeros se entretenían jugando a “A quién te garcharías del curso?”. Una tras otra todas las chicas del curso fueron evaluadas en cuanto a apariencia y garchabilidad, y más o menos zafaban todas. Hasta que me tocó el turno a mí. El corazón me latía a mil anticipando el mal momento; no podía dejar de escuchar por más que tratara de leer las conquistas napoleónicas con toda mi alma,  porque los pibes aprovecharon la ocasión para ponerse a hablar a los gritos. No fuera cosa que yo me perdiera una palabra. Cuanto más trataba de ignorarlos, más fuerte gritaban, hasta que finalmente uno de ellos le hizo la gran pregunta al pibe que más saña me tenía:

- ¿Te garcharías a Gómez?
- ¿A Gómez? Si me das cinco pesos, lo pienso. ¡Lo pienso, eh!

Las carcajadas, los comentarios, y yo que sentía cómo me subía el color. ¡Qué sensación de mierda, ésa de saber que una se está poniendo colorada, o más bien púrpura carmesí!
Lo peor del asunto es que el pibe que me encontraba tan ingarchable como para exigir un soborno para considerarme, era un tipo que físicamente dejaba mucho que desear. Fue muy humillante que hasta un flaco así sintiera asco de mí.


En fin. Retomando... Cosas como ésas me pasaron toda la vida. Como toda mina poco atractiva, desarrollé en defensa una personalidad “copada”. Oh sí, soy la típica gordita copada de las anécdotas. Ésa que cuando alguien pregunta “Y? Es linda?” recibe la inconexa respuesta de “Es buenísima” “Es re divertida” “Es buena onda”.
Mierda! preferiría que digan directamente que soy un escracho. Lo peor es cuando pasa hasta en tu vida de pareja. Teniendo una charla con mi actual novio (sip, a pesar de todo nunca me faltó novio) le pregunté en ánimo juguetón si yo le gustaba (calentaba, digamos) físicamente. Cuando recibí la clásica respuesta de que lo que importa es lo de adentro, me quise cortar una goma.
Me sé de memoria que la actual imagen estética ideal de la mujer está distorcionada, que es mejor ser como uno es, que nadie puede ser una mega supermodelo… pero la verdad es que por más que entienda todo eso y esté de acuerdo, no me sirve. Sigo sintiéndome mal. Sigo teniendo la autoestima por el piso. Sigo sufriendo cada vez que voy a comprar una remera o un pantalón y no me sube por las piernas o no me cierra en la cintura ni el talle más grande del local. Sigo padeciendo cada vez que salgo a la noche porque veo como todas mis amigas son invariablemente chamuyadas menos yo.
Intenté de todo; ejercicio regular combinado con alimentación sana, pilates, aeróbicos, localizada, caminar, correr, trotar, la dieta de los puntos, la de los líquidos, la de las frutas y verduras, el método de comer alguna cosita cada 3 hs, todo. TODO. No funciona. No funciona nada. Y ya no doy más de la depresión.

Entonces decidí tomar medidas drásticas.

Me voy a matar de hambre. Literalmente. Encontré de pedo en internet un blog que hace apología a la anorexia y la bulimia, las famosas ANA y MIA, pero que curiosamente daba una serie de “tips” y consejos que, lamentablemente, me parecieron coherentes. Seguí buscando y encontré otros sitios menos extremos regenteados por autoras que si bien se denominan mujeres Ana y Mía emplean el método de vivir a base de pocas calorías sin morir en el intento. Obviamente que yo ya estoy más allá del bien y del mal, así que me armé un plan para vivir en base a una dieta diaria de menos de 500 calorías y mucho ejercicio. A los 24 años, con un metro sesenta y setenta kilos encima, ya no tengo nada que perder.

Empecemos…