miércoles, 6 de julio de 2011

Intro: Y un día "la gordita copada" no aguantó más...

Toda la vida fui gordita, y por ende me pasé la infancia y adolescencia escuchando cantidades de variopintos epítetos. Me acuerdo de una anécdota en particular, de ésas que se te graban en la cabeza y no se te van ni con hipnosis…

Anécdota  #1
Quinto año de la secundaria. La autoestima baja me había convertido en la mina más tímida del curso. No levantaba los ojos ni para mirar al pizarrón y le tenía terror a mis compañeros de curso, particularmente los varones. Uno o dos de ellos me tenían una antipatía especial, y como siempre sucede en la escuela, la profesora tuvo la puntería justa para sentarme a mí en un grupo de bancos pegado al grupo de éstos chicos. Durante una clase de Historia que era una joda absoluta (la profesora daba 40 páginas para leer y se ponía a hojear la Para Ti como si el resto del mundo no existiera), mis compañeros se entretenían jugando a “A quién te garcharías del curso?”. Una tras otra todas las chicas del curso fueron evaluadas en cuanto a apariencia y garchabilidad, y más o menos zafaban todas. Hasta que me tocó el turno a mí. El corazón me latía a mil anticipando el mal momento; no podía dejar de escuchar por más que tratara de leer las conquistas napoleónicas con toda mi alma,  porque los pibes aprovecharon la ocasión para ponerse a hablar a los gritos. No fuera cosa que yo me perdiera una palabra. Cuanto más trataba de ignorarlos, más fuerte gritaban, hasta que finalmente uno de ellos le hizo la gran pregunta al pibe que más saña me tenía:

- ¿Te garcharías a Gómez?
- ¿A Gómez? Si me das cinco pesos, lo pienso. ¡Lo pienso, eh!

Las carcajadas, los comentarios, y yo que sentía cómo me subía el color. ¡Qué sensación de mierda, ésa de saber que una se está poniendo colorada, o más bien púrpura carmesí!
Lo peor del asunto es que el pibe que me encontraba tan ingarchable como para exigir un soborno para considerarme, era un tipo que físicamente dejaba mucho que desear. Fue muy humillante que hasta un flaco así sintiera asco de mí.


En fin. Retomando... Cosas como ésas me pasaron toda la vida. Como toda mina poco atractiva, desarrollé en defensa una personalidad “copada”. Oh sí, soy la típica gordita copada de las anécdotas. Ésa que cuando alguien pregunta “Y? Es linda?” recibe la inconexa respuesta de “Es buenísima” “Es re divertida” “Es buena onda”.
Mierda! preferiría que digan directamente que soy un escracho. Lo peor es cuando pasa hasta en tu vida de pareja. Teniendo una charla con mi actual novio (sip, a pesar de todo nunca me faltó novio) le pregunté en ánimo juguetón si yo le gustaba (calentaba, digamos) físicamente. Cuando recibí la clásica respuesta de que lo que importa es lo de adentro, me quise cortar una goma.
Me sé de memoria que la actual imagen estética ideal de la mujer está distorcionada, que es mejor ser como uno es, que nadie puede ser una mega supermodelo… pero la verdad es que por más que entienda todo eso y esté de acuerdo, no me sirve. Sigo sintiéndome mal. Sigo teniendo la autoestima por el piso. Sigo sufriendo cada vez que voy a comprar una remera o un pantalón y no me sube por las piernas o no me cierra en la cintura ni el talle más grande del local. Sigo padeciendo cada vez que salgo a la noche porque veo como todas mis amigas son invariablemente chamuyadas menos yo.
Intenté de todo; ejercicio regular combinado con alimentación sana, pilates, aeróbicos, localizada, caminar, correr, trotar, la dieta de los puntos, la de los líquidos, la de las frutas y verduras, el método de comer alguna cosita cada 3 hs, todo. TODO. No funciona. No funciona nada. Y ya no doy más de la depresión.

Entonces decidí tomar medidas drásticas.

Me voy a matar de hambre. Literalmente. Encontré de pedo en internet un blog que hace apología a la anorexia y la bulimia, las famosas ANA y MIA, pero que curiosamente daba una serie de “tips” y consejos que, lamentablemente, me parecieron coherentes. Seguí buscando y encontré otros sitios menos extremos regenteados por autoras que si bien se denominan mujeres Ana y Mía emplean el método de vivir a base de pocas calorías sin morir en el intento. Obviamente que yo ya estoy más allá del bien y del mal, así que me armé un plan para vivir en base a una dieta diaria de menos de 500 calorías y mucho ejercicio. A los 24 años, con un metro sesenta y setenta kilos encima, ya no tengo nada que perder.

Empecemos…

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